Todos admiran la valentía del Congresista Carlos Bruce, quien “hidalgamente” con las disculpas del Caballero Hidalgo, supo trasmitir a la “opinión pública” la opción sexual de libertad práctica y no tímida de su derecho a decir lo que ya todos sabían. Yo no lo admiro. 

No lo admiró porque es hijo de Dios o del pecado; o quizás de la inteligencia o la brutalidad, o quizás de su padre y su madre que le pusieron por nombre Carlos y no María.

No lo admiro porque conscientemente calló cuando enamoro, se casó, tuvo sexo y embarazó a una dama, mujer como muchas que entrego los mejores sentimientos a quien ya sabía desde niño que le gustaban sus compañeritos de colegio.

No lo admiro, porque aun cuando la tolerancia y buen entender de sus hijos que respetan educadamente a un padre homosexual, saben de soportar involuntaria y gratuitamente lo intolerante de la conciencia atribuida a la injusta sociedad, genética o viceversa.

No lo admiro, porque como “político” no sabe distinguir el bien común del bien personal.

No lo admiro porque con su testimonio de vida polariza aún más la vieja disputa entre lo correcto y lo incorrecto, desde el punto de vista de la fe y el escándalo.

No lo admiro porque como persona humana, disocia las voluntades libres de pensamiento y transgrede el espacio íntimo al espacio público como quien ingresa y sale del baño para lavarse las manos.

No lo admiro porque es hombre biológicamente, mujer conscientemente, homosexual categóricamente y ya no sé qué es.

Por todo lo demás, quizás piense en ponerte como ejemplo en mi próxima clase ética en la que hablaré de la intolerancia del pensamiento existencial. Allí quizás mis alumnos admiren tu “valentía”.